By junio 23, 2009 3 Comments

Causas perdidas

Llego tarde, como es habitual, así que bebo un trago de vodka para animarme a entrar en la sala que supongo abarrotada de gente. El licor me quema la lengua y me golpea el cerebro. De pronto recuerdo el nombre del acusado: David Hernández, atraco a mano armada. Entro en la sala, intentando mostrar agitación y pido perdón en voz alta y fuerte. Recorro el pasillo con cuatro zancadas, la toga flotando como una melena que viajase en moto. Me siento, asintiendo con la cabeza a cada una de las palabras que el juez me dirige a modo de regañina. Abro el expediente y leo: Javier Martínez, robo de coche. Coño.
En realidad siempre he preferido los robos a los atracos a mano armada. Uno de mis primeros casos fue un atraco a mano armada a una sucursal bancaria. El acusado era un joven cuya inocencia no fui capaz de probar, pese a que creía en ella ciegamente. Me empleé a fondo, con la fuerza que da el convencimiento, la juventud, el ideal de que la justicia siempre triunfa y todo ese rollo. Le acompañé el día de su ingreso en prisión y le prometí que apelaríamos, que no tardaría en sacarle de allí. Pero no fue capaz de soportar el encierro y se ahorcó en su celda.
Le digo al juez que mi acusado no tenía intención de robar coche alguno. Simplemente pasaba por allí, vio que el coche estaba abierto y entró para buscar el nombre del propietario y avisarle. El fiscal, con la sorna que siempre utiliza cuando se dirige a mí, me explica que el muchacho llevaba guantes y una bolsa de deportes con herramientas. Replico que no es ningún delito usar guantes y, mucho menos, llevar herramientas en una bolsa. Le preguntan al acusado y admite que se resistió a la autoridad en el momento del arresto. Pido que se considere como atenuante el hecho de que mi cliente no tiene antecedentes. El fiscal me aclara que sí tiene antecedentes: tres detenciones por idéntico motivo. No tengo nada más que decir. Terminemos de una vez.
El fiscal se llama Martín. Me invita a almorzar. Dice que quiere hablar conmigo, que hace mucho que no nos vemos. Me invento una reunión con un cliente, creo, y le digo que no puedo, que tengo mucha prisa, que quizá otro día. Y me voy de allí casi corriendo.
A veces, por la noche, suelo ir a un bar donde se puede escuchar una música agradable. Siempre voy al mismo bar, aunque el camarero continúa sin conocerme. Soy un cliente asiduo y él no me saluda cuando entro, no me dirige ningún comentario. Suelo sentarme al fondo de la barra. No me gusta sentarme en una mesa. La barra del bar me resulta más acogedora. Allí, agarrado al frío mármol, bebo hasta que todo desaparece y sólo queda la música. Son mis noches de diversión.
—Siempre he sido un poco imbécil —le digo al tipo de detrás de la barra—. Si pudiera dar marcha atrás…
Me mira con cara de comprenderme perfectamente.
—Eso pienso yo todos los días.
Texto e ilustración de Miguel Sanfeliu
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3 Comments on "Causas perdidas"

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  1. JG Cozzolino dice:

    Esto debería tener como el facebook una opción para el pulgar levantado. Algo que diga «está bueno», «me gusta». Quedé con ganas de leer un poco más.

  2. Muy bueno -incluye el dibujo- y genial el final.

    Saludos.

    Graciela

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