By abril 22, 2009 0 Comments

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Los inviernos de París, cuando París aún era una fiesta. Dicen que el bullicio diurno seguía durante la noche. Las puertas del barrio de Montmartre nunca se cerraban, para que los invitados entrasen sin llamar, a veces a horas intempestivas de la madrugada. St. Honoré, Le Marais, las casas al lado del bosque de Bolonia… Ningún salón apagaba sus luces hasta que no se acababan las bebidas, las risas. Y a Ernest Hemingway, al declinar la tarde, no le faltaban excusas para salir de su habitación, en un hotel barato del Barrio Latino. Siempre recibía invitaciones. El teléfono no dejaba de sonar mientras leía los periódicos, antes de ponerse a escribir, a menudo sin haber dormido siquiera una horas.
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