Agustín Calvo Galán
En Una sombra en Pekín nos encontramos ante un relato en el que José Ángel Cilleruelo, de la misma manera como los escribas egipcios sospechaban que podía suceder con su arte demiúrgico, consigue despertar la representación gráfica –en este caso de los caracteres de la escritura china- y darles vida hilvanando una fábula en la que ciertos animales dan nombre y carácter a los personajes. He aquí que las ilustraciones realizadas por Juan Gonzalo Lerma no sólo acompañan la lectura de los diferentes pasajes, sino que nos desvelan la relación íntima de cada personaje con su trasunto animal y, a la vez, con el ideograma chino desde el que se les ha dado vida. Además, la tinta china usada en las ilustraciones sirve como representación también de la escritura misma, pues como bien es sabido los ideogramas chinos –como lo habían sido los jeroglíficos egipcios- conjugan, en un mismo plano de conocimiento, arte y representación gráfica del idioma.